jueves, 27 de enero de 2011

La unidad, imperativo moral

En la tarde del 25 de enero, en la Basílica de San Pablo fuera de los antiguos muros de Roma, el Santo Padre Benedicto XVI ha presidido la celebración de las segundas vísperas de la solemnidad de la Conversión de san Pablo Apóstol, como conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos sobre el tema: “Unidos en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión fraterna, en el partir el pan y en la oración” (cfr. Hch 2,42). Han asistido a la celebración los Representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales presentes en Roma.
En la Homilía el Papa ha recordado los “significativos pasos adelante” cumplidos por el movimiento ecuménico en el curso de las últimas décadas, con todo, “estamos aún lejos de esa unidad por la que Cristo rezó, y que encontramos reflejada en el retrato de la primera comunidad de Jerusalén”. Benedicto XVI ha subrayado que “La unidad a la que Cristo, mediante su Espíritu, llama a la Iglesia, no se lleva a cabo sólo en el plano de las estructuras organizativas”, ni puede reducirse “a un reconocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una convivencia pacífica: lo que anhelamos es esa unidad por la que Cristo mismo rezó y que por su naturaleza de manifiesta en la comunión de la fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad debe ser advertido como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa del Señor. Por esto es necesario vencer la tentación de la resignación y del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo. Nuestro deber es proseguir con pasión el camino hacia esta meta con un diálogo serio y riguroso para profundizar en el común patrimonio teológico, litúrgico y espiritual; con el conocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la oración”.
El Apóstol Pablo acompaña y sostiene la comunidad cristiana en su camino hacia la plena unidad visible, ha afirmado el Santo Padre. Él, que antes de la aparición del Resucitado en la vía de Damasco, “era uno de los más encarnizados adversarios de las primeras comunidades cristianas”, después de su conversión se convirtió en un audaz predicador del Evangelio junto con los demás Apóstoles. “En sus largos viajes misioneros Pablo, peregrinando por ciudades y regiones diversas, no olvidó nunca el vínculo de comunión con la Iglesia de Jerusalén – ha puesto de relieve el Pontífice -. La colecta en favor de los cristianos de esa comunidad, los cuales, muy pronto, tuvieron necesidad de ser socorridos, ocupó pronto un lugar importante en las preocupaciones de Pablo, que la consideraba no sólo una obra de caridad, sino el signo y la garantía de la unidad y de la comunión entre las Iglesias fundadas por él y la primitiva comunidad de la Ciudad Santa, como signo de la única Iglesia de Cristo”

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